No se atrevía a acercarse, seguía sentada lejos, lo oyó y seguía alejada. La vi, gracias a que la vi y fui hacia ella y, entonces, ella hacia mi.
Nos abrazamos con intensidad y su delicada fuerza me envolvió. Una manada de cebras desbocadas me pisotearon, me aplastó el elefante, me desgarró el zarpazo del león y el cuerno del rinoceronte me atravesó recorriendo la sabana.
Su abrazo, Señor, su abrazo. ¡Qué tesoro!
Su mirada un ¿por qué me dejas?
Sus ojos secos llenos de lágrimas, lágrimas de Africa, ojos acostumbrados a sufrir sin llanto.
Sufrimiento esencial, aceptación y realidad.
Y yo me voy, y la dejo.
Siempre es Africa la abandonada, la deseada.Un beso
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