miércoles, 18 de marzo de 2009

No me dejes

Juventud que velozmente pasas
Entre los corazones.
Universo de flores son tus días
Negación de olvidos tus noches.
Espirales continuas de ascenso infinito
Silvestres aromas rodean tu estilo.
Sangre que bombea fuerte
Elevando al cielo tu sentido.

No pude disfrutar de ti
En el momento oportuno.

Mantenme contigo, amada,
Espera a que pueda dejarte.

Quiéreme por más tiempo,
Un poco más me hace falta.
Ilusión que no he perdido
Tempestades interiores abruman mi alma
Tinieblas distantes percibo cercanas.
Espera a que pueda dejarte.

Pasaré a la siguiente etapa
Abandonaré tu mundo y
Seguiré amando cuando nazca el alba.

lunes, 9 de marzo de 2009

Susurro de amor en Veruela


Soplaba viento fuerte fuera del monasterio
En su interior la guía contaba ya el misterio
De lo que allí ocurría yendo a su cementerio
Una leyenda narró sin ningún magisterio



Todo empezó en el claustro, mientras la guía explicaba la historia del edificio, y de quienes allí habitaban. El día era tan invernal que todo nuestro grupo unido permanecía, para escuchar mejor y guardar bien el calor que la proximidad lograba. Esta cercanía humana me impidió darme cuenta, en un principio, de la corriente cálida que soplaba tras mi cuello. De ser apenas perceptible, pasó a caldear mi espalda que unos minutos antes había estado helada.


Atenta a la explicación, y anotando lo escuchado para no perder palabra, creí oír al viento decir: “Ven”. Mi cerebro no reaccionaba, seguía apuntando palabras. “Ven”, era un susurro, el clamor de un alma. “Ven”. Una paz interior me invadió. Noté un cálido abrazo y nadie me acompañaba, miré a mí alrededor, todos atentos estaban al resto de la historia que la guía nos narraba.

Qué atrevido el viento, que sólo a mí me hablaba y cambiaba la temperatura para mejorar mi estancia, en este bello paraje de un lugar de España, tan visitado antaño como lo será mañana, por las vidas que llevaron cuantos aquí moraban.


Seguimos con la visita. Encontré en los capiteles los animales prohibidos entre la vegetación labrada. “Ven, sigue mi voz”. Embrujada por la belleza del lugar obedecí aquella orden. Un viento cálido me empujaba tras aquel susurro. Me condujo fuera del monasterio y ante un árbol se paró. Nada puede equipararse al impacto que causó ver ante mí aquella imagen donde el viento me llevara, dando paso a otro susurro que bien claro exclamó: “Debajo de este árbol descanso con mi amor. La abadesa nos mató”. Enroscado a su grueso tronco una hiedra daba a luz a una pareja abrazada, víctima del crimen cometido por un grave desamor.


Desperté de mi ensueño y eché a correr hacia el monasterio. ¿Cómo iba a contar aquello? “Moisés y Julio me creerán –pensaba”.
Esa noche volvimos juntos, no había persona andante a cien leguas del lugar. Provistos de palas y picos nos pusimos a excavar debajo de aquel árbol sin saber qué íbamos a encontrar.
Bien hicimos en hacer caso del susurro de un alma en pena sin más, pues descubrimos los cuerpos del monje Senén y la hermosa Galatea. La muerte no los pudo separar. Y a la señora abadesa la culpa logró matar.


Era aquella una leyenda que los siglos no lograron acallar. El destino esperaba que volvieran al lugar unos sentimientos limpios que escucharan el lamento de aquel monje, que nunca osó rozar a la hermosa Galatea que lo amaba sin nada a cambio esperar.


Volviendo a la ciudad a mitad del camino
Una pareja salió del lugar clandestino
Espíritus gloriosos, unidad del destino
Agradeciendo, tal vez, mí escuchar con tino



jueves, 5 de marzo de 2009

Duele

Amanece sobre tu frente
manzana fresca y dulce
olor a mar bravío
renace un beso en tus labios.

Amo el amor que te he dado
manteniéndolo puro en su estado
olvidando algún desencuentro
recordando el dulce pasado.

A mis hijos llevo en el alma
madre aprendo a ser cada mañana
ocupo mi ser en ello
renunciando, si es preciso, a la calma.

Antes de llegar a la vida
madre y padre me quisieron
os perdí para siempre y, en la partida,
repongo en mi memoria vuestro recuerdo.