sábado, 7 de noviembre de 2009

Pretérito perfecto


—Mujer, ¿qué hace ahí tumbada en el suelo al lado de mi cama, acaso se cree una alfombra?
La mujer tumbada, que llevaba un camisón azul, abre los ojos y los fija en los de Fedra que la sigue observando con sorpresa. La mujer de azul no parece asustada. Fedra sigue mirándola tranquilamente mientras se pregunta cómo ha podido llegar aquella mujer hasta allí sin que ella la viera.
— ¿Tal vez quisiera echarse a mi lado? El suelo debe estar frío —Fedra sigue apoyada sobre el codo izquierdo para mirar, casi perpendicularmente, a la mujer tumbada que tiene las manos entrelazadas sobre su propio vientre.
—No crea, se está bien aquí, hace mucho tiempo que no tocaba suelo.
Se oye un suave ruido que interrumpe la conversación.
— ¡Qué raro! Debe estar abierta la puerta del camarote —vuelve a decir Fedra, al ver como otra mujer camina tranquilamente desde el lavabo de la pequeña habitación hasta el otro lado de la cama y se echa sobre esta sin decir nada. Leva el pelo recogido con un montón de bigudís de colores. Fedra la mira con un poco de extrañeza y dice: “¡Oh! Buenas noches, adelante, pase y acomódese, este es el hotel del tócame Roque”.
—Gracias. Y… buenas noches. Duerme, duerme, yo no molesto —respondió la mujer de los bigudís de colores.
—Perdone señora, está segura que no quiere subir a la cama, me da pena verla ahí tirada —insistió Fedra volviendo a mirar a la mujer del camisón azul.
—No, no, esto es muy confortable, la moqueta, la sirena de fondo. Aquí en el suelo se oye mejor cómo las olas del océano rompen contra el casco del barco.
—Bueno, podríamos considerarlo una buena apreciación —observó Fedra, que ya estaba sentada en la almohada con dos mujeres a las que nunca había visto, desvelada por las incursiones nocturnas.
—Fedra —dijo la mujer del camisón azul — ¿qué tal tus hijos?
—Perdone señora, pero no tengo hijos.
— ¿Todavía no los tienes?
—No, es demasiado pronto, aún le quedan unos cuantos años para ser madre —dijo la mujer de los bigudís, al otro lado de la cama, mientras intentaba dormir, con tono de paciencia.
— ¿Qué dicen, cómo saben eso? –preguntó extrañada Fedra.
—Soy su abuela, ¿cómo no lo voy a saber? Lo que no sé es cómo una madre puede olvidarse de sus hijos –replicó la mujer de azul.
—Si usted lo dice… no le voy a llevar la contraria, si es la primera vez que nos vemos vamos a llevarnos bien. Señora con bigudís, ¿usted no puede ser la otra abuela de mis hijos? Ese puesto, en caso de que existan, está ocupado.
— ¿Yo? No, que va. Me llamo Fedra y voy de crucero, simplemente estoy intentando descansar mientras espero a mi marido, está dando un paseo por cubierta. No me ha molestado verte entrar en mi camarote, pero ahora tengo el sueño muy ligero y me desvelo con facilidad. ¿Podríais dejar de hablar ya?
— ¡Uy! ¡Qué casualidad yo también me llamo Fedra!
— ¿Por qué va a ser casualidad? Yo recuerdo perfectamente la noche que conocí a mi suegra. Siempre fue muy original con las presentaciones, ya te darás cuenta. ¡A dormir…!

2 comentarios:

  1. me gusta mucho me encanta el final ya te daras cuenta

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  2. ¡Una suegra es una suegra!
    Gracias Pharos, tal vez el texto sea un poco largo para un blog.
    Besos

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