Enterré mi corazón en la orilla del Ebro.
Mis lágrimas llegaron a él para aumentar su caudal. El rio no lo notó.
Nadie sintio mi pena, sólo mi corazón. Y él se olvidará con el tiempo de todo aquello que sintió, y la vida será sosa y rutinaria y, entonces, buscaré tiempo para volver a contar estrellas y las gotas de lluvia que mojen mi rostro los días que el cielo se rasgue.
viernes, 25 de diciembre de 2009
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